miércoles, 30 de mayo de 2012

Te robaré algun cabello para amarrarlo
a las trenzas de mi pelo
y si te vas me ire contigo
sin movimiento no perderé el tiempo
Sobre las caderas se mueve mi falda
con el tintineo de tu risa y tu jaleo
y al volver la noche me tendrás mimada
bajo una luna de ceniza plateada
porque sobre las caderas se mueve mi falda, miramé
con el tintineo de tu risa y tu jaleo

jueves, 10 de mayo de 2012

Era una fría mañana de mayo cuando caminó por avenida Rancagua en dirección a la Fundación López Pérez. Junto con su pareja, Pilar Sordo traspasó el umbral del hall. La sala de espera hervía de gente y varias personas la reconocieron. Luego de un rato, y mientras esperaba que a Óscar, el ingeniero con quien está comprometida hace poco más de un año, le hicieran un examen, se puso a conversar con una conocida que hacía un curso en esta Fundación dedicada a curar el cáncer.
–Fuerza para ti y para el tío Óscar.
–Gracias, pero de verdad estar aquí es un privilegio.
En eso se para una señora furiosa y la encara.
–¿Cómo puede decir usted que estar aquí es un privilegio?
Pilar la miró y le preguntó.
–¿Quién está adentro?
–Mi marido.
–Adentro está mi novio, acotó Pilar.
–¿Usted lo va a poder besar y decirle que lo quiere en un rato más?
–Sí, podré.
–Yo también. Pero un accidente de tránsito y cardíaco no nos daría tiempo ni a usted ni a mí. Las dos estamos aquí esperando a alguien que está vivo, y mientras tengamos esa esperanza, tenemos la posibilidad de amarlo. Por eso es un privilegio.
–Nunca había visto el cáncer de esa manera.
–El cáncer es una bendición, le dijo la sicóloga Pilar, y lo sigue sosteniendo. El 19 de mayo a su pareja le hablaron por primera vez de un tumor en el páncreas. Y entonces empezó todo su aprendizaje (como a ella le gusta decir), médico y emocional. Lo primero fue pedirle a una enfermera que le enseñara la mayor cantidad de detalles sobre la enfermedad: lo que podía pasar, lo que no, los medicamentos más usados, los efectos secundarios. "Sentía que tenía que ser eficiente en mi forma de cuidarlo, porque soy súper ignorante en esta nueva puerta que se me abre de la vida, que se llama cáncer, palabra que además me costó montones decir".
Pasó cerca de tres días diciendo lesión, luego pasó a tumor y sólo después se atrevió a usarla. Una palabra que a nivel de imagen le suena expansiva, agresiva, generalizada, "y yo quería, y quiero, seguir pensando que la enfermedad está focalizada".
Cuando supo el diagnóstico, dos sentimientos muy marcados se le cruzaron: "Por un lado, la sensación de sentirme inmensamente feliz de estar al lado de un hombre extraordinario, sentir que sería capaz de apoyarlo a él, a sus hijos, a mis hijos, y por otro lado, una sensación de tristeza, de que el recreo me había durado tan poco; que de verdad mi sino quizás era el entrenamiento en cosas difíciles".
Ironías de la vida. La sicóloga, conocida por sus libros "Viva la Diferencia" y el "Con el Coco en el Diván", y convocadora de público masivo en sus charlas de pareja y adolescencia, tenía una frase pautada para todas sus intervenciones: cuando contaba que había tenido una vida difícil, siempre decía que lo único que no tenía cerca era un cáncer.
–Y lo digo despacio porque cacho que arriba no se han dado cuenta, porque si es así me lo van a mandar para que aprenda algo.
Cuando le dan la noticia se acordó de esa frase.
–Pero nunca en estos meses he sentido rabia, nunca tampoco me he enojado.
Las radioterapias
1 de mayo de 2007. Pilar viaja invitada por la Minera Los Pelambres, como parte de su proyecto "Ser humano", a dictar una charla a Salamanca, a 32 kilómetros al sureste de Illapel, frente a ejecutivos, sólo hombres. Pilar se ríe cuando la organizadora le hace la misma broma que siempre le lanzan cuando se enfrenta a un público masculino.
–Aquí, de seguro, encontrarás a tu futuro marido.
Luego, la invitan a una comida con un grupo de gerentes. Ahí conoce al gerente de proyectos de ese momento, un hombre separado, con esas caras que parecieran siempre están contentas, algo robusto, y muy caballero, de aquellos que casi ya no hay, que acostumbra a mandar flores y abrir la puerta del auto. Conversan como si se conocieran de siempre; se hacen confidencias de sus respectivas vidas. Luego de tres días ya están saliendo. El 21 de mayo, él le pide pololeo. Pilar ya le ha presentado a sus papás, Vicenta y José, y a sus hijos, Cristián (17) y Nicole (14).
Él tiene cuatro, por su lado, entre 30 y 19, los dos mayores viven en el extranjero y las menores, Paula y Valentina, con él, y con quienes Pilar ha formado un muy afiatado equipo en esta rutina de acompañar en el dolor. "Desde el principio supimos que si formábamos pareja iba a ser para sumar nuestras vidas, no para restar, y esa predisposición, de una u otra manera, de hacer las cosas fáciles, de disfrutar, permitió una base de relación súper sana, limpiecita".
Combinan sus vidas entre el trabajo de él entre Salamanca y Santiago, y el de ella, vertiginoso como siempre, repleto de viajes de norte a sur y a ciudades latinoamericanas.
En eso están hasta marzo de 2008, cuando él comienza a sentir insoportables dolores de estómago, que al principio atribuyen a una úlcera. Los síntomas nunca cesan: dolores nocturnos y un decaimiento general. Lo tratan por una duodenitis y con la venia del médico deciden no posponer un viaje a México que tienen programado. Nunca piensan en que algo serio se venía. Hasta que vuelven al médico luego de esas vacaciones, porque el dolor no se detiene.
–Creo que aquí puede haber algo más. Esto puede tener que ver con el páncreas. Lo mejor es que te hagas un scanner, dice el médico.
Pilar entonces decide viajar tan pronto como pueda a Puyehue a dar una charla ya comprometida y volver. Se citan para el lunes siguiente.
–¿Qué pasa doctor?
–En el scanner aparece una lesión en el páncreas.
 


Pilar toma aire y respira profundo, pero en ningún momento imagina que se trata de cáncer. "Entonces no veía esa palabra en mi espectro. Sólo sabía, intuitivamente, que si era páncreas se trataba de algo complicado". Una lesión dice el doctor. Después termina usando la palabra tumor. Y maligno. No operable. Por ahora, sólo un tratamiento paliativo de quimioterapia y radioterapia para esperar que el tumor no siga creciendo.
En eso están. Sesiones diarias, durante casi dos meses. En agosto o principios de septiembre harán exámenes para tener más claro el futuro, los plazos, el pronóstico. En paralelo, Óscar se ha tratado con iriología, homeopatía, medicina mapuche, lo operaron los monjes de Brasil y hasta se tomó el líquido que producen los alacranes azules de Cuba, una variedad que sólo se encuentra en ese país caribeño y que Pilar movió cielo y tierra para conseguir. "Se supone que bota un veneno que tiende a reducir tumores". "Con todas las cosas que está tomando, de cáncer no se va a morir, pero envenenado.... seguro". Y suelta su risa fácil de siempre.
Hablando en serio: "Hasta este momento no he experimentado el miedo a estar sola", dice Pilar. Lo que no imagina es cómo sería estar sin él. Le han dicho que niega la enfermedad. Que ella y Óscar, extrañamente, la viven muy positivamente. Pero Pilar dice que es "una filosofía de vida" esto de vivirlo todo como "una oportunidad de aprendizaje".
De alguna manera –lo reconoce– una vez más está poniendo a prueba muchos de los postulados de sus charlas: como el que uno es responsable de sus afectos tanto como de sus deberes, o que uno vino a este mundo a tres cosas: entregar amor, dejar huella y ser feliz.
La primera vez que se vio en una situación similar fue hace un par de años, cuando su hija Nicole, entonces de unos 12 años, tuvo una crisis cardíaca que la mantuvo por horas en el quirófano. En esa ocasión, la lección que Pilar se repetía cada noche era si cada día había amado lo suficiente a quienes ama. Esta vez se levanta con otro pensamiento en su mente. "Estoy viviendo una historia de amor apasionante, con el desafío permanente de vivirla como una experiencia de amor o de muerte. Ahí está el gran secreto de esta historia".
Siente que la enfermedad produce ese doble vértice. "El cáncer es una experiencia impresionante de vida". Suspira y luego se explaya en su reflexión: "A la vez que el tiempo se te va, ésta es una enfermedad que te regala tiempo. Tiempo para cerrar ciclos, despedirte, decir a otros cuánto los quieres; tiempo para entregar cariño, para sentirte querido. Esa es la disyuntiva que nos invita a vivir".
Para ella, ha implicado aprender a disfrutar el presente. "Hay días que estoy súper conectada con el presente, pero hay otros en que ando más vulnerable y ahí aparece el fantasma de la ausencia, de la partida. Muchas cosas tienen sabor a despedida, y mi lucha cotidiana es no sentir eso. Necesito comprar tiempo, kilos de segundos y minutos, y no creo que tenga que bloquear pensar en el futuro, sino darle tanta importancia al presente, que el futuro pierda fuerza. En esa batalla estoy todo el día".
Las incongruencias
3 de julio. Doce y media. Instituto Cultural de Las Condes. Pilar acaba de terminar una charla con adultos mayores sobre cómo envejecer feliz. El comportamiento del público ha sido el de siempre. Asistencia masiva y un viaje en que se transita por emociones y humor. Pilar sabe que tiene esas dos capacidades bien desarrolladas: el emocionar y hacer reír. Pero después de este mes y medio, en que ha estado dedicada a cuidar a su pareja, visitar médicos, viajar entre Santiago y Viña para ver también a sus hijos, no estaba segura si las iba a recuperar, especialmente la segunda.
Estaba asustada. También temía que se le olvidara lo que tenía que decir. Incluso pensó hacer un punteo ("mira la inseguridad"), algo que por principio ella no realiza (tampoco power point), porque lo suyo es "hablar desde el alma".
Pero nada de eso sucedió. Es cierto que desde que retomó su trabajo, hace sólo tres semanas, se puso a llorar en medio de la audiencia, pero nada se le olvidó. Y el público también se rió.
Uno de los momentos que más risotadas provoca es cuando habla sobre lo hinchadoras que son las mujeres con los maridos, que preguntan de todo y demasiado. Estos meses, sin embargo, ella se ha visto haciendo lo mismo. "Es una incongruencia enorme, lo sé, pero ha sido un trabajo enorme determinar cuánto Óscar me necesita físicamente al lado y cuándo tengo que retirarme para que él tenga aire. Es tan de mujer esto de querer sentirse indispensable, necesaria, útil, querer hacerlo todo uno, para que el otro se sienta cuidado, y creo que es un error porque lo agobio; los hombres necesitan espacios de soledad, de no pregunta".
–¿Qué ha pensado estos meses?
–Tengo la sensación, hoy, de que no sé nada de mi vida, no sé dónde viviré de aquí a cuatro años más. No me angustia, pero me produce tristeza sentir que hoy no pertenezco mucho a ningún lugar físico. Es la primera vez que tengo la sensación de estar escindida, y eso me ha provocado mucho dolor. Tiendo a tener mis momentos de dolor y llanto, pero sola, para que él no se dé cuenta, aunque no sé si lo logro.
Hay una lección que siempre dice en sus charlas, y en que sí se ha visto siendo consecuente: que todas las experiencias que se viven, los errores y dolores, dan como fruto un crecimiento posterior. Y mira, entonces, su enorme anillo de compromiso, el que Óscar le regaló hace tres semanas, con la sensación de sentir que tienen el tiempo en contra. "Todas las experiencias que he vivido serán en el futuro un aprendizaje", repite.
Se quiebra al recordar uno de los momentos tristes. Era de noche y volvían de una charla en Los Vilos. De repente él apoyó su cabeza en su hombro y se quedó dormido. "Se me caían las lágrimas de mirarlo". Al separarse, ella le envió el mail que en el asunto decía simplemente ¿Dónde se guarda?:
–Dime dónde guardo la sensación al tocar tu pelo, sentir tu olor, tu cabeza en mi hombro. Me da pavor que la memoria me falle, y si estoy sola, ¿dónde iré a buscar esos recuerdos?
Pilar Sordo.

Te amo abuelo.